La gente es, así sin atributo, a palo seco, y luego ya elige ser del
Madrid, del Atleti, de izquierdas, de derechas, de Podemos. La gente es,
fervientemente, con ardor guerrero y sin posibilidad de cambio. Uno no
es del Rayo y luego se vuelve del Barça. Se es de uno o de otro. De
Belén Esteban , de la Campanario , de poco dormir, de madrugar mucho. Se
nace así, y se es para toda la vida, estaría bueno. Luego están los que
parecen, menos peligrosos, menos viscerales, por supuesto. Ser y
parecer no son lo mismo, ni lo pretenden. Y por último estamos, nunca
mejor dicho, los que estamos, así de simple, de poco esencial e
identificativo. Estar es un verbo transitorio. Uno es enfermo, de por
vida, pero está enfermo a veces, o está cansado o harto o desbordado sin
consuelo posible. Uno es guapo, alto, asesino en serie. No se está
asesino, sino que se es. No se está corrupto, sino que se es. Ni
político, ni mentiroso, ni sinvergüenza. Cualquiera explica esta
diferencia a un extranjero, pobre. Soy contento, dicen algunos. No se
enteran. Tampoco nos enteramos nosotros y aquí estamos, tan ricamente.
Los que estamos, los que son y los que parecen. Yo los envidio. Ser de
algo sin fisuras debe de ser impresionante. Ser de la Virgen del Rocío, y
no de otra, por ejemplo. Ser de un equipo de fútbol y no de otro, de un
partido, de una cofradía, de un club que tenga a bien admitirte como
socio. Tenerlo claro, sentir los colores, saberse seguro en uno de los
lados debe de ser un alivio y un consuelo. Un alivio, sí, y una meta
inalcanzable para los que solo estamos, parias de lo inconcluso,
abanderados de lo transitorio y lo fugaz. Al final llega la muerte y nos
eleva al podio del estar más absoluto, porque uno está muerto, no lo
es. Pero hasta entonces, ay, hasta entonces, estamos vivos, no lo somos,
felices de pura inconsciencia en nuestra frontera difusa,
alimentándonos de dudas, rectificando sin ser sabios, aprendiendo a
saber estar porque nunca llegaremos a saber ser, ajena tarea. Los que
estamos. Los que están. Benditos sean.
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